En ocasiones, nos encontramos atrapados en un ciclo interminable de irritación, y parece que todo a nuestro alrededor conspira para perturbar nuestra paz. Pero, ¿alguna vez nos hemos detenido a reflexionar sobre la raíz de esta constante irritación?, me gustaría explorar este tema desde una perspectiva que va más allá y que se sumerge en la condición humana y su relación con Dios.
Por ello primero quisiera iniciar con la siguiente pregunta ¿qué hay detrás de la constante irritación?
Sin temor a equivocarme, considero que detrás de esta constante irritación se esconde un sutil ídolo, y ese ídolo somos nosotros mismos. La irritación surge cuando las cosas no se desarrollan de acuerdo a nuestros deseos y expectativas. Es una reacción natural cuando las personas no actúan como quisiéramos que lo hagan, cuando las circunstancias no se alinean con nuestros planes y cuando el mundo no gira en torno a nuestro “yo”.
El Hedonismo y la Busca de Placer
El hedonismo, que busca la satisfacción de los deseos y placeres personales, puede llevarnos a la irritación cuando nuestras expectativas de placer no se cumplen. En la Biblia, en Eclesiastés, el rey Salomón habla de su búsqueda de placer y cómo al final descubrió que todo era vanidad:
Eclesiastés 2:10–11 (RVR60)
10 No negué a mis ojos ninguna cosa que desearan, ni aparté mi corazón de placer alguno, porque mi corazón gozó de todo mi trabajo; y esta fue mi parte de toda mi faena. 11 Miré yo luego todas las obras que habían hecho mis manos, y el trabajo que tomé para hacerlas; y he aquí, todo era vanidad y aflicción de espíritu, y sin provecho debajo del sol.
El Narcisismo y la Importancia del “Yo”
En el corazón de esta irritación se encuentra un ego inflado, una visión distorsionada de nuestra importancia y autoridad sobre las cosas. Este narcisismo nos lleva a creer que todo debe girar en torno a nosotros y a nuestras preferencias. Aquí es donde la teología puede arrojar luz sobre este problema.
Desde una perspectiva bíblica, comprendemos que somos criaturas finitas en un universo gobernado por un Dios soberano e infinito y cuya aseidad nos recuerda que somos creación no creadores. Nuestro papel no es ser el centro del universo, sino reconocer la supremacía de Dios y someternos a Su voluntad. Cuando nos aferramos a nuestro “yo” y nuestras expectativas, estamos desafiando la autoridad divina y, como resultado, experimentamos frustración y enojo.
El Falso Cristianismo y el “dios Yo”
En nuestra búsqueda de comprender la raíz de la constante irritación producida por la frustración de nuestros planes es importante destacar el peligro del falso cristianismo que promueve el “dios Yo”. En algunos círculos religiosos, se ha distorsionado el mensaje cristiano para adaptarlo a un enfoque egocéntrico que coloca las propias ambiciones y deseos en el centro de la fe.
Este falso cristianismo, que se centra en la búsqueda de satisfacción personal y el logro de deseos materiales, contribuye a la constante frustración cuando las expectativas de una vida perfecta y sin dificultades no se cumplen. Este enfoque erróneo del cristianismo a menudo se convierte en una fuente de frustración y decepción, ya que las personas buscan la gratificación inmediata de sus deseos en lugar de someterse a la voluntad de Dios.
Es crucial recordar que el verdadero cristianismo se basa en el ejemplo de humildad y servicio de Jesucristo. Él nos llamó a negarnos a nosotros mismos, tomar nuestra cruz y seguirlo (Mateo 16:24, RV60). Esto implica renunciar al “dios Yo” y abrazar la voluntad de Dios, incluso cuando las circunstancias nos desafíen. Al hacerlo, encontramos un sentido más profundo de propósito y paz, en lugar de caer en la trampa de la constante irritación impulsada por el egoísmo.
Debido a ello, el falso cristianismo, aparte de engañar a las personas con una falsa salvación (cosa diabólica) promueve el “dios Yo” que puede ser una fuente de constante frustración cuando las expectativas egoístas no se cumplan. Para encontrar la verdadera paz, debemos volver a la enseñanza humilde de Cristo y someternos a la voluntad de Dios, abandonando nuestras propias ambiciones y deseos.
La Solución: Centrarse en Dios y la Humildad
La solución a esta constante irritación y frustración reside en un cambio de perspectiva. En lugar de centrarnos en nosotros mismos y nuestras expectativas, debemos centrarnos en Dios y Su plan soberano. Esto implica humildad y rendición. Reconocer que nuestras expectativas pueden no ser siempre lo mejor y que Dios obra de maneras misteriosas que no siempre comprendemos.
La oración y la reflexión de las Sagradas Escrituras serán indispensables para ayudarnos a ceder el control a Dios y a confiar en Su sabiduría y providencia. A medida que nos sumergimos más en la Biblia, a través de un estudio centrado en Dios y no en el hombre, encontramos consuelo en la comprensión de que Dios está en control de todas las cosas, incluso cuando nuestra vida parece caótica. Es allí cuando la constante irritación y frustración cede paso a la paz que proviene de confiar en Aquel que tiene el control supremo. El fruto de ello será relaciones más fuertes y duraderas, se disfrutará más y mejor la vida diaria, la humildad nos hará más agradecidos y sobre todo honestos con nosotros mismos, lo cual permite que cada uno de nosotros no veamos la paja en el ojo ajeno.
Debido a ello, podría concluir que la constante irritación y frustración que se experimenta, muy probablemente se origina en un ego inflado y en la creencia de que todo debe girar en torno a nosotros. Desde una perspectiva verdaderamente cristiana podemos encontrar alivio al reconocer la soberanía de Dios y aprender a someternos a Su voluntad, en lugar de la nuestra. Al hacerlo, encontramos paz en medio de las circunstancias cambiantes de la vida.
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